CIRCULAR 109
ESTEBAN PABLO
Esteban Pablo Solimano nació el 4 de agosto de 1952. Durante su primera infancia habitó con los suyos en un departamento de la avenida Federico Lacroze de Belgrano, frente al viejo mercado. Su madre, Emma Laffont, falleció cuando él tenía 12 años. Se ocupaban de él sus dos hermanos mayores: Ana María (Any), hasta que se casó, y Luis María. En 1977 fue a Venezuela, como episodio conclusivo de su carrera de actor, que luego abandonó. Regresado a Buenos Aires se dedicó a la venta de inmuebles, que fue su actividad definitiva. Conoció a Paula (Paula Silvia Maranca) con motivo de venderle un departamento en Olivos, cerca de la estación. Paula, que estudiaba matemática en el Profesorado, vivía desde hace años de su actividad docente. Esteban y Paula se enamoraron y se casaron el 24 de octubre de 1981, en la iglesia de Jesús en el huerto de los olivos; fueron sus padrinos Any y Aldo (padre de Paula). Tuvieron dos hijas: Laura Vanesa, nacida el 2 de febrero de 1983 y Sofía Florencia, el 12 de marzo de 1988. Con Laura fueron a Italia en 1987, donde visitaron a los parientes y los lugares de origen de ambas familias (Rapallo para los Solimano, Florencia y Torino para Paula). El padre de Esteban (Luigi) falleció en 1988, a los pocos meses de nacer Sofía. Laura y Sofía estudiaron en colegios de categoría y fueron buenas alumnas (San Lucas, St. Matthews, La Asunción, Nexus, San Carlos, todos de Olivos). Laura tenía talento para la pintura; Sofía para la danza. Paula consiguió su profesorado a fines de 1984; además, por sugerencia de Esteban, en marzo del mismo año se había matriculado de martillero en la Provincia. En su vida profesional Esteban trabajó con distintos socios (su hermano, entre otros) o, por temporadas, solo; hasta que en 1997 se asoció con Paula, que había abandonado la enseñanza desde hace algún tiempo. Tenían su oficina en la casa de Olivos en que habitaban. Allí mismo murieron, junto a sus dos hijas, por envenenamiento de monóxido de carbono, el 30 de julio de 1998.
Buenos Aires, 4 de agosto de 2000
(se distribuye unos días antes)
Para: Mariela, Gabriel, Carla, Lorenzo, Tatiana, Eric, Luciana.
Notas:
1 * San Lucas relata el martirio de San Esteban, a quien se refiere como a un varón lleno de Fe y de Espíritu Santo, de Gracia y de Potencia. Saulo, que luego se convirtió y fue San Pablo, presenció su martirio y consintió en su muerte (Hechos, VI a VIII). Esteban fue llamado con los nombres de ambos Santos y Paula con el nombre cristiano de Saulo, coincidencia que hermana sus bautizos.
2 * Esteban, después de casarse, vivió sucesivamente en tres domicilios, los tres en Olivos. Primero, en el departamento de Paula (Rawson 2396/2A, cerca de la estación) que fue luego ampliado con la compra de un ambiente contiguo. Allí habitaron hasta abril de 1991; las niñas estudiaban en el San Lucas, a poca distancia, y Paula seguía dando clases, compatiblemente con su disponibilidad de tiempo. Sucesivamente se trasladaron a la casa de la calle Rastreador Fournier 2946, un lugar que concretaba un largo anhelo de Esteban: una vivienda adecuada, llena de sol y, aunque apartada, abierta a los amigos. La práctica en la piscina y el cambio de clima desde el puerto al Olivos alto resultaron determinantes en la mejora de salud de Sofía, que durante su primer infancia había sufrido broncoespasmos. En Fournier siguieron hasta marzo de 1995. La casa de la calle Ricardo Gutiérrez 2315, que fue la última, fue impuesta por la necesidad de contraer los gastos y concebida como un trampolín para adquirir un mejor nivel de vida, que Esteban y Paula estaban consiguiendo a través de su intenso trabajo en común. Si bien más modesta que Fournier, estaba ubicada cerca de los colegios, en una zona no alejada, y disponía de una terraza con piscina (de lona) donde el calor del verano se mitigaba en el juego, la compañía de los amigos y la presencia del inmenso cielo.
3 * Esteban tenía mucha habilidad manual. Dedicaba gran parte de su tiempo libre a trabajos en la casa, que refaccionaba progresivamente, con muy buen gusto: en ello sacrificaba con alegría su descanso. También cuidaba del auto, que para él era primordialmente una indispensable herramienta de trabajo, pero también el vehículo que les permitía alejarse del día a día, en la búsqueda de horizontes que caracterizaba su ansia. Un año antes de su deceso, Esteban fue asaltado por una pandilla, en plena calle. Le obligaron a descender del coche con su hija Laura y una amiga de ella, y le amenazaron de muerte. En esa oportunidad Laura dio muestra de su ánimo y quizás fue ella, con su actitud decidida, la que salvó la vida del padre. El auto, chocado a pocas cuadras de allí, fue encontrado al poco tiempo, inservible. Pude ayudarles en la disposición y substitución del coche, hasta el feliz desenlace: si bien no se obtuvo el reembolso total, la aseguradora compró los restos por buen precio y otra empresa amiga los vinculó con la propietaria del Duna, que fue su último auto. Esteban, si bien tuvo coches de más precio, valuaba el Duna como el mejor que tuvieron. Yo estaba presente cuando concluyeron la compra: Paula le secundaba en la contratación, hasta que consiguieron arreglar por la cifra máxima de que disponían. Me di cuenta en esos difíciles días de cómo, después de muchos años de convivencia a veces conflictiva, habían finalmente conseguido modelar un profundo vínculo basado en la comprensión recíproca, la renuncia al orgullo y el reconocimiento de los errores.
4 * Desde que vivieron en casas (Fournier, luego Gutiérrez), tuvieron perros, concesión de los padres a sus hijas, especialmente a Sofía; no sin sacrificio de Paula. Delfina, caniche blanca de poca edad, murió con ellos, tendida al lado de Sofía; Tánger, algo mayor y más un rival que un compañero de Delfina, se salvó porque se encontraba en el patio, al aire libre. Tánger, después de la muerte de sus dueños, transcurrió un breve período en casa de Enza (madre de Paula); luego fue confiado a Luis María y ahora prospera en su casa. Delfina había sido comprada en un orfelinato de Hurlingham; pude identificar el lugar, ayudado por los Brandwein; entré en relación con los propietarios y, ayudado por mis hijos mis nietos y Grazia, llevé a ese grupo de chicos muchos de los juguetes de Sofía (y de Tatiana), alimentos y el dinero suelto encontrado en Olivos, que Mariela quiso se les donara. Al frecuentar ese internado nos dimos cuenta de primera mano de cuánta aflicción a menudo acompaña a la infancia en el día a día de un crecimiento durante el cual la esperanza es una virtud necesaria y la caridad ajena el único premio.
5 * La religiosidad fue un aspecto cotidiano de la vida de Esteban y Sofía; Paula y Laura fueron sus compañeras de ruta. Del fervor de ellos y de las obras de bien en las que cooperaban, saben los amigos del Instituto Fátima y de la Parroquia. Por otra parte todos recuerdan cuán intensamente trabajaba Esteban y aquella manera suya de relacionarse con los demás en que primaban el respeto y la simpatía. En cuanto a su actitud hacia la vida práctica, sea de trabajo que en familia, diría que daba testimonio continuo de su profunda fe. Con esta palabra no quiero referirme a la creencia en los dogmas, que varían según las religiones y las épocas, sino a la aceptación de la realidad con su intrínseca justicia, y al confiar en la Providencia por lo que excede nuestra capacidad de control. En este sentido para Esteban la fe fue una experiencia continua, así como lo fueron para Sofía el amor a todos los seres vivientes, para Laura el coraje y, para Paula, la constante meditación.
6 * En 1998 se cumplían cincuenta años de la llegada de mi familia al País. Con este motivo, Ana Leonor (Osorio de Castro), en representación de nuestros parientes portugueses, había venido desde Lisboa a visitarnos. Para el 4 de agosto, cumpleaños de Esteban, Paula la había invitado a pasar la tarde con ellos; yo sabía que habían querido conducirla al Museo Pueyrredón de San Isidro y luego habrían cenado con ella en un shopping center. Propuse a Ana Leonor de mantener el programa trazado con Paula, ya desaparecida con los suyos: fuimos juntos al Museo, cenamos en el Solar de la Abadía. Nos acompañaron Grazia, Lorenzo, Carla y los niños (Tatiana y Eric), recogidos en el recuerdo de Esteban y su familia. Si bien era pleno invierno, hacía un tiempo de primavera: el Río de la Plata, visto allá lejos desde el pórtico del Museo, era casi turquesa, bajo un cielo de esmalte sobre el cual las copas de los antiguos árboles bordaban un vuelo de ángeles.