CASI 2009
Relato de Aldo Maranca
## CASTILLOS DE ARENA
Así "weather" como "time", se traducen en español con la misma palabra: "tiempo". Vale decir que, en definitiva, "tiempo" resulta ser el nombre que designa a la esencia de este océano en que estamos sumergidos, cuyos humores intentamos medir desde el alba de la especie con instrumentos más o menos primitivos como el reloj, el termómetro, el barómetro etc. e imaginando que, a través de la Ciencia, la realidad algún día nos resulte comprensible. A propósito: durante nuestras vacaciones los días se presentaron más bien largos y la temperatura escasa. Admito que mucho no podíamos pretender, dos semanas antes que empezase el verano.
Por fin el último día el sol se puso tibio y el viento se volvió tolerable. Alquilamos una carpa en el único balneario abierto. Los nietos tomaron baños en el agua que todavía olía a invierno y se pasaron horas cavando pozos y construyendo castillos de arena. Almorzamos con panchos y choclos comprados a los vendedores ambulantes que recorrían la playa.
Con mi segundo choclo me hice amigo del comerciante. Resulta que en los veranos muy buenos se llegan a vender hasta cuatro cajones por día (cada uno de mis choclos me costó cinco pesos, o sea un dólar y medio). Pero los veranos, últimamente, no fueron gran cosa: este año veremos, pero le desconfiaba. Cuando el tiempo no acompaña, la primera en aflojar es la mujer. Se ve metida con los chicos y el marido en un departamentito de ésos (que son palomares), la teve prendida todo el día, mientras afuera o sopla (la playa una nube de arena), o llueve, los pibes gastando plata en los juegos electrónicos, hasta que ella estalla: "¿Qué estamos haciendo aquí? ¡Debimos quedarnos en casa! ¡Pensar que en este momento podríamos estar en nuestro patio, disfrutando de un asado, que lo parió!".
## OLAS
A la mañana temprano del día siguiente, antes de emprender el regreso, di un último paseo por la playa, mucho más ancha que en la víspera (por la marea baja). Venían a mi encuentro, caminando a favor de la brisa que yo, en cambio, enfrentaba, cuatro basureros, cargando sendas bolsas de plástico negro (de las que se usan en los consorcios) a las que echaban los despojos de la víspera, esparcidos por los bañistas en la arena. El sol, aún tierno, anunciaba un día primoroso. Las olas, que se erizaban de espumas sólo en proximidad de la orilla, cambiaban su configuración a cada instante, si bien parecían repetir un mismo molde, de cierta monotonía. Supe, fugazmente, y el comprenderlo me llenó de angustia, que la memoria de esa vista se cancelaría en lo eterno.
## LAS TONINAS
Habíamos aprovechado los días de mal tiempo para visitar los pueblos de la Costa, asomándonos a las playas sumidas en el viento bajo las nubes en fuga; los cielos de un gris obscuro que nunca se acababa.
En Las Toninas el mar, muy teñido de río por la proximidad del estuario, ha depositado en la playa durante los milenios alfombras de conchillas blanquecinas, que los escasos veraneantes no han logrado saquear en el medio siglo que la población está por cumplir. Ese oleaje, en la tarde que anunciaba otra noche sin estrellas, era el marco perfecto para el páramo inmutable, eterno a su manera, por lo menos para quienes alguna vez creímos tener una intuición fugaz de la ausencia del tiempo.
## TRAMPAS
Durante nuestros paseos tuvimos aventuras excitantes. En Costa Azul se nos quedó el coche en un montón de arena que el viento había acumulado en la Costanera, un camino no pavimentado. Un coche venía a nuestro encuentro: le hice señas que no se metiese, pero, estimando que la mía había sido una desventura de novato, el chófer siguió avanzando, hasta quedarse varado al lado nuestro. Mi nieto (llamémosle Nieto A.) inquirió, con fervor de pagano, si existe un Dios de las arenas. Los transeúntes (pocos, a causa del viento) se quedaban a ayudarnos, primero a mí, que me había encallado antes. Todos empujaban, inclusive mi mujer y los nietos, pero el Mazda se hundía, siempre más. Hasta que una joven, de más seso que sexo, sugirió otra disposición para las ramas que habíamos juntado frente a las ruedas. La fórmula resultó; en la esquina pude doblar (allí el manto de arena era menos espeso) y, llegado al asfalto, esperé que se me reunieran mis familiares. Un coche venía a mi encuentro : lo detuve y expliqué que era arriesgado avanzar. El chófer sabía de qué se trataba, porque en la víspera su coche se había quedado en el mismo montón de arena, y las ramas que nosotros habíamos usado las había juntado él, para zafar. Nos dijimos adiós como miembros de la misma cofradía.
El próximo engaño fue peor, desde el punto de vista ético. Ocurrió durante el almuerzo, en el puesto El Toldo, de San Bernardo (un pueblo desierto, donde el viento arremolinaba diarios viejos por las calzadas). Mi nieto (llamémosle Nieto E.), que tiene paladar de catador y cerebro de matemático, no encontró de su agrado el sabor de la gaseosa. Controló la fecha de vencimiento que, al parecer, estaba sobrepasada. A mi reclamo, el titular del puesto sostuvo que las fechas de vencimiento de esa gaseosa (Cocacola) se deben leer al revés, por lo tanto 09ago08, significaba 8 de agosto de 2009. Frente a nuestra insistencia, me mostró numerosas otras botellas con el mismo vencimiento: la totalidad de su stock, que, supongo, le había sobrado del último verano o había adquirido recientemente a bajo precio. La sangre no llegó al río: no le di propina.
"La apariencia engaña", viene a ser la moraleja de estos episodios ejemplares, que son cifras de la existencia, como cualquiera de los testimonios de nuestros sentidos, aún el simple aleteo de un picaflor.
## PELUQUERÍA
Tuve una prolongada conversación con el marido de la peluquera, mientras ella esquilmaba a ambos nietos (A. y E.) y mi esposa vigilaba el corte, que salió 12 pesos por cabeza (unos siete dólares en total). La peluquería había abierto hace poco tiempo, al jubilarse el jefe de familia, enfermo crónico de una extraña dolencia, que le hizo escupir sangre y le cubre el cuerpo con las dolorosas marcas de la culebrilla. Los médicos lo remitieron a Mar del Plata, donde, en el Hospital de la Comunidad (que es el mejor de toda la zona marítima), le sanaron de las hemorragias y, tras larga internación, le devolvieron a su terruño, con muchos frascos de remedios.
La mujer, otrora empleada en un salón de belleza, abrió su propia tienda; con esas modestas ganancias más la jubilación mínima, lograban vivir, por el momento. El marido me explicó que ese pueblo es el de mayor población estable de todo el Tuyú (unas veinticuatromil cabezas), y casi el único que frecuentan los turistas en invierno. A las escuelas públicas se suma un colegio privado donde, además del inglés y de las asignaturas corrientes, se dictan clases de italiano. La cabecera del Partido es Mar del Tuyú, un pueblo desgarbado que se extiende a lo largo de la orilla por quilómetros, donde en invierno todas (o casi) las ventanas quedan cerradas, de día y de noche. El Nieto A., ya de cabello cortado, aprovechó copiosamente del baño del departamento contiguo a la Peluquería (milagros del yogur), mientras yo seguía mi charla con el enfermo, al solcito del patio, y las tijeras podaban la cabellera del Nieto E., bajo la mirada de acero de la Nonna.
Los veinticuatromil y tantos habitantes fornecen un discreto mercado: si el cuatro por ciento de ellos se atendiese con la peluquera tres veces por año, cada semana desfilarían como setenticinco clientes, con un ingreso de unos novecientos pesos. Sin contar los turistas, ni las propinas.
## PAYASO
En Mundo Marino, además de delfines (orca incluída), pingüinos, tortugas, pinípedos, hipopótamos, flamencos, ciervocabras, el Nautilus del Capitán Nemo, búfalos, avestruces, vimos a un payaso, de pantalones rojos, cara blanca y labios exagerados en muecas contínuas, que entretenía en el anfiteatro al numeroso público que esperaba el comienzo del espectáculo de las focas.
Lo del payaso fue lo más divertido del viaje. A fuerza de silbatos imperiosos, exigía que saliesen al ruedo algunos expectadores y que obedeciesen a las órdenes que impartía con una mímica que no dejaba margen a las dudas. Se fue ovacionado con furia por centenares que aplaudían; ya desaparecido en los meandros del escenario, seguía oyéndose su silbato, con el que nos agradecía.
La cabeza de un hipopótamo adulto pesa como tres mujeres, unos doscientos quilos; un búfalo pesa seis cabezas de hipopótamo; una orca, como cuatro búfalos. Tuve una nieta (S.), fallecida en temprana edad, que quiso ser entrenadora de cetáceos. Habría cabalgado las toninas como una Nereida. Quizás su memoria de este lugar exista para siempre.
## AB OVO
Mi abuelo Giovanni, que murió de fiebre española una docena de años antes que yo naciese (a propósito: esa gripe costó más vidas que la primera guerra mundial), mi abuelo Giovanni, repito, (de quien me queda, entre otros recuerdos, el borrador de una carta en que comunicaba a un amigo y pariente el fallecimiento de mi tía Margherita, muerta 26 años antes de que yo naciese), mi abuelo, digo, escribió, en la carta susodicha (de 1904, año en que luego nació mi padre, ergo mi abuela era gestante cuando Giovanni escribía): "A noi occorre la pace da tanto tempo, a noi occorre la forza di una rassegnazione che non puó esserci dettata dalla fede, sulla quale mai facemmo assegnamento...". Esa angustia parece que se había ya desencadenado algún tiempo antes por la muerte de otro de mis tíos (Checchino, o sea Francesco), que llevaba el mismo nombre con el que luego mi padre fue bautizado (pues en esa época también los agnósticos cristianaban a sus hijos, para evitar que fuesen discriminados por la sociedad).
Según el testimonio de mi tía Egeria, fallecida hace veinte años, Giovanni (que era el padre de Egeria, se lo recuerdo por si Ustedes se han perdido en el laberinto de los parentescos), Giovanni buscó refugio en la astronomía, como en un hobby destinado a distraerlo de su congoja y quizás ponerlo en contacto con una dimensión que, aunque siga siendo física, tanto nos trasciende. Debió abandonar al poco tiempo porque la noción del espacio infinito (o que se vuelve tal al avanzar hacia sus inalcanzables límites las galaxias nacidas del big bang) se convertía en pánico, quizás menos soportable que la angustia por los acontecimientos dolorosos que he relatado. En "L'infinito", Leopardi alude a esa sensación sobrecogedora que, en sus versos, surge de la semblanza del tiempo cronológico cuyas raíces se pierden en los eones: la que afligía a mi abuelo era de naturaleza parecida, pero nacía de la noción del espacio.
## NÚMERO PI
Sostiene un amigo mío (quizás debería escribir "sostuvo", pues ha fallecido en el siglo pasado) que los seres humanos, sin saberlo, actúan como sondas de Dios, quien, según esta hipótesis, vería el mundo sólo a través de nuestros ojos, o, mejor dicho, de nuestra mente. Es un supuesto fascinante, una lectura original del símbolo de la Trinidad: el Creador que se une a la Creación a través del Espíritu. Sin embargo, hay algo que no me convence: la Creación es un acto continuo, porque el devenir (que, dicho sea de paso, incluye la permanente modificación de las especies) es un proceso constante cuya interrupción equivaldría a devolver el Cosmos a la Nada (cuya esencia no puedo imaginar, pero ha de ser parecida a lo eterno). Debe tenerse en cuenta, además, que las cuatro dimensiones que definen el Universo no son necesariamente atributos reales: quizás sólo constituyan un modo del conocimiento y de la acción, y sólo sean inteligibles para el raciocinio. Por otra parte, las limitaciones de nuestra mente se hacen evidentes si consideramos que toda nuestra matemática (ciencia universal y exacta, si las hay) no nos permite siquiera calcular el largo del diámetro de una circunferencia de, por ejemplo, trescientosquince millas náuticas de largo, o de explicar en forma convincente por qué Aquiles no le gana a la tortuga (a menos de admitir que el tiempo cronológico no sea divisible ad infinitum, lo que, por analogía, implicaría que tiene principio y fin). Vuelvo así al concepto con que comencé este relato: creo que lo que llamamos "tiempo" consista en éste ambiente, casi un océano, en que vivimos sin saber qué es nuestra vida. Y es más que lógico que no lo sepamos, ya que de las muchas funciones que constituyen la vida la mente (que no es la esencial) es la única con que tenemos contacto directo. A esta altura del razonamiento, me atrevo a añadir que todas nuestras percepciones, así como nuestros actos, es probable que "permanezcan" hasta el fin de los tiempos, vale decir hasta ese tránsito impredecible a la Nada. A la vez me inclino a considerar poco probable que el Espíritu, cumplida su función, se vuelva eterno.
Agobiado por mis cavilaciones sobre los corolarios de estas reflexiones, a principio de diciembre decidí salir de viaje con mi esposa y dos nietos (A. y E.): cargué nafta, controlé nivel de aceite y lancé el Mazda a la ruta.
Buenos Aires, Diciembre 2008